XVIII DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO - TE CONOCIMOS SEÑOR, AL PARTIR EL PAN.



El Evangelio (Mt 14,13-21):

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos.

Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que, vayan a las aldeas y se compren de comer». Jesús les replicó: «No hace falta qué vayan, dadles vosotros de comer». Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces». Les dijo: «Traédmelos».  

Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.





Jesús, te has “pasao”.
Comentario D. Joaquín Torres Campos
Con Vosotros 3/09/14

Ocurrió en una ocasión, en que unos muchachos de catequesis escenificaban la multiplicación de los panes y los peces. Aderezando la trama con diálogos y detalles, se inventaron a un personaje que, ante el prodigio realizado, exclamaba: Jesús, te has “pasao”.

Jesús multiplica lo poco que te¬nían y remedia la necesidad, no sólo hasta quedar saciados, sino incluso haciendo que sobre una barbaridad. Con poco, con muy poco, Dios actúa a lo grande.

Los milagros de la multiplicación de los panes siempre son referencia eucarística. Los verbos que emplea el evangelista sugieren las acciones de la misa: «Tomando los cinco panes» —ofertorio y presentación de ofren¬das—, «alzó la mirada al cielo, pro¬nunció la bendición» —consagración y plegaria eucarística—, «partió los panes» —fracción del pan y Cordero de Dios— «y se los dio a los discípu¬los; los discípulos se los dieron a la gente» —comunión—.

En la eucaristía recibimos el don más inmenso: con poco, con muy poco, con un pequeño trozo de pan, recibimos al mismo Cristo Resuci¬tado, que multiplica en nosotros las mejores energías, los más nobles de¬seos, el coraje más inquieto, el celo más apostólico.

El ser cristiano posee una naturaleza eucaristizada. Dando gracias por haber recibido gratuitamente el formidable don divino, no puede por menos que intentar vivir con las mis¬mas actitudes de Jesús y seguir su consigna: «Dadles vosotros de comer».

Y los cristianos redoblan esfuerzo e imaginación para ofrecer al mundo pan y pan. El pan de la Palabra, de la oración, del acompañamiento espiritual, de la eucaristía, del encuentro con Jesús vivo… Y, llenos del pan, nos multiplicamos en saciar las di¬versas y complejas caras del hambre con variados y ricos panes: alimento y calor, educación y cultura, sanidad y atención al marginado y “descarta¬do”, presencia y aliento para el solitario y abandonado…

La memoria de actividades de la Iglesia publicada refleja algo de la enormidad de la entrega de los cristianos por sus hermanos de cual¬quier clase y condición. Al contem¬plar todo el bien que se hace en el mundo por haber comulgado un tro¬cito de pan, dan ganas de exclamar como el personaje de la escena cate¬quética: Jesús, te has “pasao”.


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